lunes, 27 de octubre de 2008

¿Y TU COMO NUTRES TU CREBRO?

El CEREBRO Y LOS ÁCIDOS GRASOS






El 60% del cerebro está formado por grasas; así como las proteínas forman nuestros músculos y el calcio nuestros huesos, las grasas forman nuestro cerebro. Investigaciones de varias universidades indican que el DHA (que es el componente graso básico del tejido cerebral) se encuentra principalmente en los Ácidos Grasos Omega 3, de aquí la importancia de consumir regularmente dicho nutriente. Al tener carencia de Omega 3, el cerebro buscara suplirla con cualquier otra grasa disponible, en la mayoría de los casos encontrará grasas “trans”. A mediano plazo el abuso de estas grasas “malas” causará desequilibrios bioquímicos y daños severos al cerebro.

Una alimentación rica en ácidos grasos omega-3 protege contra la enfermedad de Alzheimer, incluso cuando existe una predisposición genética. El efecto de las grasas se manifiesta en la prevención y también en el alivio de los síntomas una vez que la enfermedad se ha declarado.

Las conclusiones de múltiples estudios demuestran que el consumo de ácidos grasos omega-3 desempeña un papel fundamental en la función pulmonar y la prevención y tratamiento de numerosas enfermedades inflamatorias del pulmón como la bronquitis, por ejemplo. Además, estos ácidos grasos contrarrestan el envejecimiento de los pulmones.

La fluidez de las membranas celulares es fundamental para su función. Las grasas del cerebro, formadas por ácidos grasos, participan en la estructura de las membranas celulares. Cuanto mayor sea la proporción de ácidos grasos omega-3 en la membrana, mayor plasticidad y fluidez de la misma. Las dietas deficitarias en Omega-3 tienen consecuencias en la estructura y en el funcionamiento del cerebro, así como en el aprendizaje y la concentración mental.

Las conclusiones de múltiples estudios demuestran que bajos niveles de Omega-3 van asociados a síndromes depresivos, precisamente por su importancia en la función del sistema nervioso. Un consumo adecuado de ácidos grasos Omega-3 podría prevenir la depresión y contribuir positivamente en su tratamiento.

La función de muchas células inmunológicas depende de la colaboración de diversos nutrientes, hay pruebas que demuestran que los lípidos desempeñan un papel regulador de la inmunidad. La deficiencia de ácidos grasos esenciales reduce la respuesta inmune.



EL DESARROLLO DEL BEBÉ Y EL OMEGA 3




Durante la vida fetal y hasta el primer año de vida, existe un aumento en la acumulación de ácidos grasos Omega-3 en el cerebro y la retina del bebe, a expensas de la madre. Este proceso es fundamental en el desarrollo psicomotor y crecimiento del niño. Los ácidos grasos omega-3 son transferidos de la madre al feto a través de la placenta y luego del nacimiento a través de la leche materna, por lo que existe una relación positiva entre el consumo de ácidos grasos esenciales de la madre, con lo que reciba el bebe. Además, los omega-3 reducen el riesgo de hipertensión asociada al embarazo, por su acción antihipertensiva.

Una piel saludable es, en gran medida, reflejo del estado interno del organismo, y la alimentación juega un papel primordial para mantenerla sana. Diversas investigaciones demuestran los efectos benéficos de los ácidos grasos Omega-3 en la piel, en especial para aliviar lesiones cutáneas en personas con eczema o soriasis.
Los cambios alimentarios vinculados con el desarrollo de nuestra sociedad han determinado la reducción de contenido de ácidos grasos esenciales en la leche materna. El consumo de ácidos grasos Omega-3 durante el embarazo y la lactancia es fundamental para el desarrollo y crecimiento del niño, especialmente después del tercer trimestre de gestación hasta el primer año de vida, donde los requerimientos de estos ácidos grasos son muy altos debido al desarrollo del sistema nervioso y visual.
Durante la vida fetal y hasta el primer año de vida, existe un aumento del proceso de acumulación de ácidos grasos omega-3 en el cerebro. Las necesidades de estos ácidos grasos aumentan durante este periodo, puesto que son fases de crecimiento y desarrollo del tejido celular. La deficiencia de estos ácidos grasos esenciales puede provocar serias alteraciones del crecimiento, aprendizaje y desarrollo de las funciones motoras, puesto que dichos nutrientes son constituyentes de las membranas celulares del cerebro y forman parte de las estructuras del sistema nervioso.

Los ácidos grasos esenciales contribuyen a controlar el síndrome de déficit atencional, logrando mayor concentración, contribuyendo a cumplir una actividad sistemática, ya que son imprescindibles para el normal funcionamiento de la parte del cerebro que coordina las funciones de memoria y razonamiento.



OMERGA 3 DE ORIGEN VEGETAL





Las fuentes terrestres de omega-3 muestran una ventaja muy importante sobre las fuentes de algas y pescado, debido a que contienen una cantidad de ácidos grasos saturados significativamente inferiores. LA Chía tiene un contenido de ácidos grasos saturados 2,8; 5,1 veces menor que el aceite de pescado y de algas. Otra consideración importante acerca de los aceites de pescado es que contienen colesterol puesto que son productos animales. Las cantidades varían con las especies. Por ejemplo, el contenido de colesterol para 100 gramos de aceite de sardina es de 710 mg, de aceite de salmón 485 mg, de aceite de menhaden, 521 mg, de aceite de arenque 766 mg y de aceite de hígado de bacalao 570 mg. Esto es importante, considerando que la Chía, el lino y las algas no contienen colesterol porque son especies vegetales.
Los efectos benéficos del pescado han recibido mucha atención. Sin embargo, los ácidos grasos EPA y DHA se oxidan más rápidamente que los ácidos linoléico, alfa-linolénico y arachidónico, y se convierten en productos de oxidación tóxicos. Las semillas de Chía contienen una cantidad de compuestos con potente actividad antioxidante: miricetina, quercetina, kaemperol, y ácido cafeíco. El problema de ingerir insuficientes antioxidantes desaparece con una mayor cantidad de alfa-linolénico de origen vegetal, lo que genera otra ventaja sobre los ácidos grasos omega-3 provenientes de productos de pescados y algas.


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